Me siento como un payaso, cada
vez que pongo la tele y un banquero me habla de crisis, un político me habla de
crisis, un okupa de desalojos, una familia de desahucios, una encuesta de
parados y un empresario de beneficios empresariales.
Me siento como un payaso,
cuando el que gobierna promete, ahora que llegan las elecciones, que hará lo
que no hizo en los últimos años.
Me siento como un payaso cuando
después de trabajar, cuando veo un debate a nivel nacional sobre quién follo a
quién; en el que gana el que se lo tiró primero.
Me siento con un payaso cuando
veo a mi vecino comprar un sofá a plazos, un pan a tres meses, unas vacaciones
a pagar con la pensión de jubilación y un amor a pagar con dos ositos Tous.
Me siento como un payaso cuando
un coche pita a otro y se paran a discutir sobre quien se cruzó a quién. Es
ridículo ver a dos sujetos parados en el tráfico para discutir quien tiene la
culpa de que no avancen.
Me siento como un payaso cuando
camino por la calle y veo a una persona sacar comida de un contenedor y le
reconozco y ayer estaba en el bar, en la terraza tomando tapas y cañas.
Sólo hay una vez al día que no
me siento como un payaso: cuando me pongo delante del espejo, me quitó la
careta y repito: el raro soy yo.
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