Ella me dió un beso de desayuno y me pidió que le escribiera un poema de amor para la noche.
Se fué a trabajar.
Cuando llegó por la noche la agasajé con un poema. Ella no lo sabía, tras todo el día intentando vomitar un poema, no lo conseguí así que elegí un libro al azar de la vieja estantería y me lo aprendí.
Ella quedó contenta. Y nos amamos como nunca.
Al día siguiente me confesó que estaba más enamorada de mí desde que le leí el poema. Que ahora ya estaba segura de que la amaba y que nunca olvidaría al autor del poema más bonito que jamás le contarón.
Me sentí mal. No porque la hubiera engañado con el texto sino porque ella me engañaba pensando en otro.
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